Luis Santamaría del Río, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), reflexiona sobre la difusión de Halloween y otros elementos esotéricos en la cultura occidental.
Halloween. Otro año más. La calabaza horadada con una luz misteriosa ya nos es demasiado familiar. Una celebración pagana, de origen celta (es decir, europeo), de vuelta al viejo continente por el efecto macdonalizador de la gran potencia cultural actual (es decir, estadounidense), llena tiempos y espacios. Desde las escuelas hasta las fiestas populares, desde las costumbres de los hogares hasta las programaciones de las administraciones públicas, este evento extraño a nuestra cultura, y con claras raíces ocultistas, se va implantando sin respuesta crítica alguna, prácticamente. Mientras en otras latitudes los cuerpos policiales extreman la precaución ante el incremento en torno a esta fecha de secuestros de niños y otros sucesos protagonizados por sectas satánicas y grupos similares, aquí asistimos a la alegre adquisición de una fiesta más.
Es preocupante observar cómo se asocia esta fiesta, además, a las dos celebraciones cristianas que ocupan estos días y que aún tienen un amplio efecto social, más o menos secularizado: la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. Si ya hay confusión entre las dos memorias litúrgicas, puesto que la consideración civil no laborable del primer día hace que la visita a los cementerios y el recuerdo de los seres queridos fallecidos superponga el día 2 de noviembre a la jornada anterior, resulta que ahora se suma el Halloween por esta coincidencia de fechas.
Las celebraciones contiguas de los Santos y los Difuntos ofrecían (y siguen ofreciendo, por supuesto) una ocasión para recordar el sentido que la fe cristiana da a la vida y a la muerte, y cómo hay que prestar atención a “las cosas últimas”, con una perspectiva preñada de esperanza, porque la meta final del hombre es la vida con Dios, anticipada ya en la resurrección de Cristo y en la bienaventuranza de una multitud incontable de santos. Son dos fiestas de luz, aunque la segunda traiga consigo un inevitable poso de nostalgia por los que ya no se encuentran con nosotros. Por el contrario, la fiesta de Halloween asocia la muerte a algo oscuro, invoca la presencia de seres ocultos y brujas, y en el caso de trivializar todo esto, al convertirse en un acontecimiento infantil (es decir, comercial, no lo olvidemos) lleno de disfraces y caramelos, trivializa también el acontecimiento inevitable y profundamente humano de la muerte.
Me permito hacer esta cita, muy significativa: “la sociedad no se reconoce mortal, ni reconoce la presencia de la muerte en nuestras vidas, lo que genera severos problemas. El extrañamiento de la muerte supone cerrar la muerte a la realidad vital, al envejecimiento e implica una falta de aceptación de las edades del hombre. Vivimos bajo la ficción de la eterna juventud, del bisturí y del ‘complejo de Peter Pan’, que hace que el adulto sea incapaz de asumir responsabilidades”. No, no es de Benedicto XVI, ni de ningún obispo. Es de un antropólogo burgalés, Ignacio Fernández de Mata, al pasar por mi ciudad de Zamora a presentar la realidad etnográfica de los ritos funerarios en estas tierras. La consideración ocultista acaba con este planteamiento, y sume al hombre en una existencia sin un sentido concreto que esté basado en una esperanza cierta y en una meta definida.
Todo esto, si hablamos de Halloween. Pero no son las únicas presencias importantes del ocultismo a nivel popular, es decir, fuera de las sectas y círculos esotéricos. Casualmente (desconozco si es así o no), en estas fechas se celebra en Madrid el XXIV Foro Internacional de las Ciencias Ocultas y Espirituales. Hasta el 9 de noviembre, la estación ferroviaria de Atocha es el escenario de este peculiar encuentro de adivinos y cartomantes, de talleres de danza y terapias alternativas. Los medios de comunicación, como siempre, se hacen eco de esta convocatoria esotérico-comercial. Basta con ver la web oficial para confirmar que se trata, más que de un foro, de una feria.
Entre otros personajes, acude a este encuentro la médium canadiense Marilyn Rossner, quien “realiza demostraciones de videncia en público que causan asombro por la precisión de sus vaticinios y por los mensajes que transmite del mundo espiritual, comunicación que para ella es una fuente ilimitada de amor incondicional”. La autosanación, el trance, la comunicación con los muertos y otros temas semejantes asoman (casualmente de nuevo) en estas fechas al público chiringuito donde se juega con la vida y la muerte, con la esperanza de las personas, en un juego que aúna lo comercial y lo ocultista en un arte de birlibirloque.
Y eso no es todo. La prensa digital nos informa también de que, en el transcurso de esta feria, se tratará el tema de “La influencia del planeta Plutón sobre la crisis económica y los mercados del petróleo”. Ah, aquí sí estamos ante un tema serio y que preocupa. Hasta en la crisis internacional tan agobiante se mete el mundillo esotérico. No sé qué tendrá que ver la posición o el recorrido de este planeta en el Sistema Solar con la situación económica que está viviendo nuestro mundo. Ni tampoco me voy a molestar en investigarlo. Al final, es lo de siempre: los astros influyen tanto en nuestra vida (personal y social) que acaban con la libertad del hombre y, en último término, con nuestra felicidad.
No sé, quizá soy un nostálgico, y muy conservador con mi fe cristiana. Pero sigo creyendo que lo que celebramos en las iglesias (y cementerios) el 1 y el 2 de noviembre es mucho más saludable para nuestra cultura y para nuestra sociedad. ¿Será porque transmite un mensaje de esperanza y de salvación? Si al menos esto no le hace pensar a algunos, que se detengan a considerar la importancia del planeta Plutón en cómo llegamos a fin de mes. Si eso los hace felices...
Fuente: Religión en Libertad, 31/10/08.
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