Recientemente el boletín informativo Aceprensa publicó un interesante artículo sobre la difusión de material esotérico y de lo “paranormal” en España, firmado por José María Sánchez Galera.
Aunque se dice que vivimos en un mundo materialista, el supermercado de productos espirituales está más saturado que nunca. Surtido no tanto de religión, como de “espiritualidad”. La moda de temporada no es la búsqueda de Dios, siempre exigente y radical, sino los remedios inmateriales utilizables como recetas psicológicas a la carta y las revelaciones de supuestos misterios esotéricos. Basta ver que hasta nos los ofrecen en los quioscos de prensa.
De enero a junio de este año, el diario El País ha ofrecido a sus lectores la colección de libros y DVD Cuarto Milenio, formada por 25 capítulos. Inspirada en el éxito del programa que le da nombre, esta colección abarca “casos y enigmas de lo oculto”. Brujería, ovnis, poltergeist, fantasmas, exorcismos y visiones sobrenaturales constituyen algunos de los temas. Lo cual revela que, a la hora de las ventas por promociones, el talante positivista y secularista de El País no hace ascos a la superchería irracional.
En su edición televisiva, Cuarto Milenio mezcla tres ingredientes. Por una parte, asuntos carentes de base científica, como el aura, los bosques encantados, o el “hombre polilla”. Por otra parte, disputas que se sustentan en documentación más o menos contrastada: papeles desclasificados de la CIA, posibles paraderos de nazis fugados, hambrunas de la historia española. Y, por último, divagaciones delicuescentes acerca de sucesos macabros, fotografías borrosas, libros de alquimia o portulanos anónimos.
Supercherías con envoltorio progre
Cuarto Milenio (emitido en las noches de los domingos en el canal español Cuatro, del mismo grupo empresarial que El País) recoge las características más relevantes del esoterismo occidental. Sin llegar a ser el programa más popular, consigue un nivel suficiente de audiencia. El planteamiento del programa no consiste en admitir abiertamente todo el abanico que compone la cosmogonía post-cristiana: espectros, karma, chakras, dianética, civilizaciones perdidas, energías místicas, etc.
Íker Jiménez, su presentador, intenta aplicar a este tipo de cuestiones un escueto análisis científico, aunque sólo para advertir una pátina de misterio. En realidad, Jiménez ni afirma ni niega prácticamente nada, puesto que sólo señala conjeturas de lo más variado, por peregrinas que parezcan. Por ejemplo, bases militares secretas en la Luna, apariciones siniestras que sufría Felipe II en El Escorial, o la capacidad del agua de sufrir emociones.
La combinación de fantasía, morbo y unas gotas de investigación da al programa un aroma de atractivo misterio, y, a la vez, cierta credibilidad. Podría decirse que Cuarto Milenio sabe engranar relativismo y gnosticismo. Por una parte, renuncia a esclarecer los sucesos y desentrañar los mecanismos ocultos; se contenta con mostrar la complejidad del mundo, sin proclamar “dogmas” que lo expliquen. Por otra parte, da a entender que la verdadera verdad sólo resulta accesible a unos privilegiados que permanecen escondidos.
Lo “alternativo” se hace común
Desde la Ilustración gotean en Europa influencias orientales que, en muchos casos, están embebidas de cosmogonías específicas. Prácticas terapéuticas como el reiki, la acupuntura, el yoga o el taichi a veces entran en el mundo occidental acompañadas de explicaciones filosóficas que no encajan con el pensamiento grecolatino o judeocristiano.
La proliferación de este tipo de doctrinas, sumadas a las modas de amuletos, piedras de la suerte y refritos de esoterismos diversos, compone un magma en que cristalizan algunas actitudes neo-gnósticas. En bastantes ciudades europeas hay estancos que dejan de vender tabaco o papel timbrado, porque les resulta más rentable la comercialización de varas de incienso, sales de baño para aromaterapia, discos de música relajante y pirámides de cuarzo.
Ciudades como Barcelona celebran desde hace un par de décadas ferias de esoterismo, lo que implica una aceptación social bastante asentada. Ya no llama la atención la apertura de una tienda “alternativa” en cualquier calle. En este tipo de comercios se venden libros de “crecimiento personal”, junto con guías pedagógicas idénticas a las de cualquier librería, y alimentos macrobióticos.
Hasta hace unos años, estas técnicas se vinculaban a grupos con claro matiz religioso, por lo que eran interpretadas como ritos de sectas. Ahora existe una visión más relativista y más tolerante acerca de todo método de sabor esotérico, oriental o naturista. Incluso las leyes se adaptan a este fenómeno: algunos países aplican la Directiva 2005/9/CE de la Unión Europea (norma genérica sobre prácticas comerciales) para regular los términos de la relación mercantil entre los brujos, mediums o adivinos y sus clientes.
Confusa amalgama
En la tesitura actual, la clave estriba en la confusa amalgama que no permite distinguir la simple arte terapéutica o gimnástica de la predicación pseudorreligiosa. En la inauguración de una feria esotérica el pasado marzo en Madrid, se incluía una ceremonia de monjes budistas con cánticos sánscritos. En este salón de muestras hay talleres de masajes y venta de artículos, pero también consultas de tarot, santería cubana y sacerdotisas videntes.
Esta mezcolanza absorbe todos los campos de investigaciones difusas, como la “ufología” en su búsqueda de naves espaciales extraterrestres. En paralelo, proliferan actividades gnósticas y publicaciones abracadabrantes. Por un lado, destaca el caso de los raelianos. Por otro, un periodista como Juan José Benítez ha escrito más de una docena de libros sobre ovnis, además de una saga sobre Jesucristo, Caballo de Troya. Benítez sostiene que ha tenido acceso a la verdad sobre Jesús de Nazareth, gracias a una misión secreta de los Estados Unidos que consistía en un viaje a través del tiempo.
Algunos de los ejemplos citados mueven a risa. Pero conviene tener en cuenta que se trata de remedios con los que bastantes personas pretenden rellenar sus lagunas espirituales. Los conflictos, el estrés, el desamor y las catástrofes naturales no pueden ser exorcizadas por el relativismo. Por eso, desde una perspectiva postcristiana, el feng-shui y el yin-yang, o el Club de Bilderberg, resultan suficientes. En cualquier caso, estas tendencias reposan sobre una nueva forma de pensamiento mágico que, siempre, oculta la responsabilidad personal. Si falla la lógica, ¿por qué no probar suerte recitando un mantra?
Del estrés al nirvana
Precisamente, un reportaje de El País (28-05-2008) refleja el creciente recurso a las técnicas orientales (yoga, zen, meditación, taichi…) para combatir el estrés y la falta de armonía interior. De manera general, la mayoría de estos aspirantes a yogui acuden a “un supermercado espiritual en donde escogen supuestas salidas al estrés, la competitividad y la agresividad”, comenta una especialista en budismo. Pero pocos se involucran seriamente en los aspectos religiosos o filosóficos de estas disciplinas.
Una directiva que asistió a un “retiro de silencio” asegura que “fue una bomba”: “He mejorado mi relación con los demás, no me dejo llevar por las emociones en las reuniones y consigo una comunicación eficaz”. Sin embargo, pretende mantener todas las causas del estrés: “Me gusta el ritmo de vida que tengo y he de ganar mucho dinero”. Y quien dice “yoga”, dice “Camino de Santiago”.
En un mundo donde muchos no diferencian la peregrinación jacobea de la ascesis budista, Juan Pablo II y Benedicto XVI han estimado conveniente encontrar puntos de encuentro, pero también aclarar los conceptos y separar el grano de la paja.
Hace casi veinte años, la Congregación para la Doctrina de la Fe –dirigida entonces, 1989, por el cardenal Ratzinger– publicó un documento sobre la meditación cristiana, para distinguirla de las técnicas de meditación orientales que ya entonces se difundían (cfr. Aceprensa 186/89). Recordando la tradición cristina sobre la vida de oración, decía que para hallar la unión con Dios el cristiano no necesita ir a buscar fuera lo que tiene mucho más plenamente en casa.
A diferencia del yoga o la meditación trascendental, la oración del cristiano es ante todo –dice el documento– “un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios”. En la oración, la propia personalidad ni se diluye en una atmósfera impersonal de lo divino, ni lleva a buscarse a uno mismo. No persigue la emoción, ni es una fuga hacia sensaciones placenteras ni una terapia. Exige un acto de fe, y no el simple dominio de unas técnicas.
La expresión corporal, tan valorada en las técnicas orientales, puede ayudar al recogimiento del espíritu, pero también “puede degenerar en un culto al propio cuerpo y hacer que se identifiquen subrepticiamente todas sus sensaciones con experiencias espirituales”. La oración jalona un compromiso de vida abierto a los demás, con un crecimiento basado en el esfuerzo y, sobre todo, con la ayuda de la gracia y los sacramentos. En suma, la oración cristiana lleva a abrirse a Dios y a los demás, no a centrarse más en el propio yo. Sin duda, proporciona también paz y armonía interior –y además gratis–, pero como un efecto secundario, no por la búsqueda del propio bienestar psicológico.
Así que, antes de acudir al supermercado espiritual a la búsqueda de una marca oriental, valdría la pena que quien vive en un país de tradición cristiana conozca primero lo que constituye su propia herencia.
Fuente: Info-RIES nº 104 (30/10/08).
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