Mara Martinoli, experta argentina que desde el mundo de la educación se acerca al fenómeno sectario, y responsable de la Asesoría para Grupodependientes (APG) de La Plata, ha escrito un nuevo artículo de interés que reproducimos a continuación. En él aborda las modificaciones de la conducta que pueden darse en los menores criados en comunidades cerradas.
La vida del niño se basa en los criterios éticos y de “normalidad” que sustente la comunidad adulta que conforma su ambiente. Si crece en comunidades cerradas acentuará rasgos que debieran desaparecer naturalmente en las sucesivas etapas evolutivas de su desarrollo. La educación grupal en estas comunidades puede producir una forma primitiva de orden social, un tipo elemental de justicia y de moralidad en el que el poder se antepone al derecho; en ellas el individuo aprende a adaptarse a un número limitado de restricciones, que obviamente son las que se consideren en la misma comunidad.
Sabemos bien que todo individuo trae consigo tendencias instintivas, que son innatas y por lo tanto parte de la naturaleza humana; también sabemos que sus modificaciones se producen según las influencias ambientales durante los primeros años de vida. Las relaciones con nuestros semejantes dependen en gran parte de esas primeras experiencias de niñez, determinando afectos, adhesiones o enemistades. Un niño bajo esta presión niega sus tendencias naturales y las proyecta hacia otras personas a las que se critica , se teme y se odia como si se tratara de un agresor o un enemigo; proyección que se traslada continuamente hacia otras figuras del ambiente que continuarán siendo fuente de tensión en él.
Si acentuamos el desplazamiento de sentimientos agresivos (naturales hacia los progenitores en las primeras etapas de la vida) exclusivamente hacia “quien está fuera” y lo alimentamos, la proyección futura de la agresión se instaurará hacia quienes no pertenecen a su misma comunidad. Una vez fijadas estas actitudes (desconfianza y hostilidad) no es sencillo cambiarlas, porque pasan a ser parte de la estructura de su personalidad (y permanecen aunque el individuo se desarrolle en otros aspectos). Y al contrario es justamente el momento en que más debe influirse sobre ellas para que cuando adultos, eviten la hostilidad entre individuos o grupos de individuos diferentes.
El niño se hace demasiado crítico con todos los “extraños” e hipersensible hacia aquellas “cualidades desagradables” que pudiesen tener; responde con violencia a la diferencia (que considera un ataque) y su hostilidad hacia ella crece, porque su conducta social permanecerá “infantil”. Y el resultado de esta socialización será la imposibilidad de relacionarse más allá de los límites de la propia comunidad. Esta “conducta social” es producto de la dependencia natural del niño hacia sus progenitores (que a su vez pueden ser dependientes) porque aprende de ellos y los deseos de sus progenitores se asumen como propios.
Más adelante, sublimará también intereses y su instrucción se direccionará a la lectura de libros y materiales que tengan significación específica sobre “la vida en la comunidad” (algunos hasta pueden llegar a convertirse en expertos). Este “aumento de conocimiento” disminuye la capacidad de un real desarrollo y crecimiento personal por verse circunscrito tan solo a un área de su personalidad (solo en parte podrán utilizar todo el potencial que cargan entre sus manos).
En síntesis, quienes en esas etapas son responsables de los cambios de conducta, estarán reforzando consecuencias profundas en la formación de la personalidad de estos niños, porque se verán marcados por la división entre cuanto delimita la comunidad, cuanto han vivido naturalmente en su interior y aquello que debieron haber decidido libremente.
En las comunidades cerradas se logra un ámbito “pacífico” gracias a la intolerancia y rechazo a los extraños; la fuerza directiva no es tan solo de los progenitores, es de la comunidad como tal, y la directiva más importante es diferenciarlo del mundo externo, para “protegerlo” y evitar el dolor que aquellas experiencias podrían provocarle, como si ese mundo pudiera ser excluido de su propio desarrollo. Tal vez impulsados por la mejor intención, esperan defender a los niños de las insuficientes instrumentaciones que en la actualidad intentan afrontar la condición deshumana de millones de niños que mueren en el abandono.
Pero no podemos obviar que un individuo crece y se desarrolla a través de la educación de la subjetividad en continua relación con el mundo y en acuerdo con criterios dirigidos a la autorrealización para su futura participación social, y adquirir así la capacidad de discernir y elegir libremente el mundo con el cual se relacionará. También es oportuno recordar que los grupos de seres humanos desarrollan espontáneamente normas de conducta que son aceptadas y observadas por cada miembro, de manera individual, por el mismo funcionamiento del grupo y su libertad de acción.
La educación en comunidades cerradas es una forma de cambiar cuanto está implícito en la infancia: recreación y creación por actividades impuestas, y tiempo libre por tiempo obligatorio. Si el comportamiento del niño se inspira en lo cotidiano y su cotidianeidad se reduce al mismo contexto de la comunidad ¿Cómo anticipar su futuro social? Porque siempre hay un después, el niño adulto.
Fuente: Info-RIES nº 127 (6/04/09).
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