miércoles, 10 de junio de 2009

Publican un libro que desmonta “las mentiras de lo paranormal”


La editorial española LibrosLibres ha publicado recientemente un libro crítico con todo el mundo de lo esotérico y paranormal. Se titula Las mentiras de lo paranormal, y su autor es el periodista y divulgador científico Jorge Alcalde. Reproducimos a continuación la información difundida por la editorial y algún extracto del inicio de la obra.

Abducciones, horóscopos, viajes astrales, percepción extrasensorial, videncia... Cada vez que salta una noticia sobre fenómenos paranormales nos preguntamos si tras ellos hay fraude o autoengaño o, por el contrario, late el pálpito misterioso de realidades que se nos escapan. Este libro aborda los fenómenos paranormales estudiándolos con el rigor de la ciencia. El lector podrá comprobar a la luz de la razón, la experimentación y el cálculo hasta qué punto es posible explicar hechos aparentemente inexplicables.

De la mano de Jorge Alcalde, uno de los principales divulgadores científicos de España, este viaje al verdadero conocimiento de las cosas mantiene la tensión que suscita esa hipotética “zona oscura” y, al mismo tiempo, se convierte en un ameno instrumento de aprendizaje sobre la naturaleza del universo y de ese recóndito laberinto que constituye la mente humana.

Jorge Alcalde (Madrid, 1968) dirige la revista Quo y es colaborador para temas de ciencia en la cadena COPE y Libertad Digital TV, y en otros medios, como Telemadrid. Ha escrito en importantes cabeceras de la prensa diaria y semanal, como ABC, El Mundo y la revista Tiempo. Fue redactor jefe de Muy Interesante, y firma habitual en las páginas de Geo.

Extractos de la introducción: el escepticismo

El escepticismo es una cualidad devaluada. Pensamos en una persona prototípicamente escéptica y nos viene a la cabeza un hombre triste, serio, indagador, en sospecha permanente, algo entrado en años y escaso de cabellera, embutido en su sempiterno traje gris y chinchón. Un cara vinagre. Sin embargo, los ciudadanos de a pie somos, afortunadamente, escépticos impenitentes. El escepticismo aflora por doquier. Los que nos dedicamos a la agridulce profesión del periodismo sufrimos a menudo el escepticismo de nuestros congéneres. Habitualmente, no nos creen. Y a veces con razón. Algunos colegas han colocado a pulso nuestra profesión en los límites de credibilidad más bajos de la historia: «¡Estos periodistas...! ¡No puedes fiarte de ellos!».

Cuando alguien me espeta una frase tal (y por desgracia ocurre más habitualmente de lo que me gustaría) trato de elogiar en mi interlocutor su inteligente rapto de escepticismo: «Haces bien en no creernos. En realidad, haces bien en no creerte casi nada de antemano». Podemos creernos las cosas por la autoridad de quien nos habla. Pero entonces estaremos renunciando a una de las facultades más divertidas que la evolución ha regalado a nuestra especie: la de pensar por nosotros mismos. La de aportar nuestro pequeño y modesto grano de arena al racimo de memes que nuestra generación atesora.

Podemos también creernos las cosas porque nos las han revelado. Las revelaciones son fuentes habituales de autoridad. Alguien nos dice que tiene «un pálpito» y tendemos a creer que lo que nos dice alberga algún viso remoto de credibilidad. Si el agente del pálpito adorna sus cualidades con una jerga especial, la pertenencia a un grupo exclusivo, la envoltura de un halo esotérico... su autoridad se acrecienta. Y aun así el mundo está lleno de pálpitos, de mensajes no basados en la evidencia, de soluciones apresuradas y especulativas ante los problemas más extraordinarios. El mundo está lleno de terrenucos en los que el escepticismo se ha difuminado. Un mundo sin escépticos no sería sostenible.

El escepticismo es una herramienta poderosa y frágil a la vez, como la fuerza de gravedad: capaz de mantener unidos los planetas y de aproximar dos galaxias hasta hacerlas colisionar y, sin embargo, incapaz de dejar nuestro trasero pegado a la silla si los músculos del glúteo y de las piernas, pequeños y torpes, se empeñan en que nos levantemos.

El escepticismo puede perecer por muchos motivos: por falta de educación crítica, por falta de tiempo, por pereza... La peor forma de perder el escepticismo es, en cualquier caso, la desesperanza. Los seres agobiados, desesperanzados, angustiados por su realidad, apenados por una desgracia, sufrientes, en estado crítico... son seres condenados a sufrir la terrible tentación de la credulidad. Y es comprensible, y nos compadecemos de ellos.

Nadie puede tener nada contra la madre que acude a la consulta de un chamán en busca de una solución para la enfermedad del hijo al que los médicos han desahuciado. No tiene sentido que exijamos que sea escéptica, que piense que realmente la solución milagrosa que le están ofreciendo no es más que una sarta de embustes. Como tampoco podemos condenar al arruinado, al abandonado por el amor, al solitario, cuando buscan consuelo en el horóscopo del día o consejo en las cartas del tarot. El científico francés Henri Poincaré lo definió de manera sublime: «También nosotros sabemos cuán cruel puede ser en ocasiones la verdad, y nos preguntamos cuánto más consolador es el engaño».

Alusión a la Cienciología

Los vendedores de supercherías son hábiles en la tarea de pulsar los rincones del alma en los que el escepticismo flaquea. Durante mis primeros años como redactor de la revista Muy Interesante tuve la oportunidad de realizar una investigación sobre la Iglesia de la Cienciología, una organización considerada en muchos países una secta destructiva, pero inscrita en España en el Registro de Entidades Religiosas, que construye su ideología sobre un inteligente entramado de apariencia científica y camino de autosuperación.

Me entrevisté con algunos de sus responsables más destacados, y pude comprobar de primera mano cómo era el grueso de su clientela. Buena parte de los adeptos llegaban a través de centros de desintoxicación para adictos a las drogas. Otros eran captados en lugares de reunión y asociaciones de personas con problemas emocionales. Incluso pude comprobar cómo repartían su propaganda entre personas que acababan de pasar una temporada problemática en un centro de salud mental. Por supuesto, también hay acólitos sin problemas aparentes, si descontamos como problema el haber perdido prácticamente la capacidad para el escepticismo.

Sólo así se entiende, por ejemplo, que profesen credibilidad casi devota a un aparato llamado «e-meter» o «electropsicómetro»: un par de diodos conectados a un cable que supuestamente es capaz de detectar el estado mental del que lo sujeta con las manos. Ante ese aparato pude ver cómo hombres hechos y derechos, mujeres enteras y verdaderas desnudaban sus almas delante de un compañero, llamado «auditor», con la confianza de quien se postra en un confesionario, pero con peores consecuencias: quién sabe qué uso haría la secta de aquellas miserias aventadas en público, de aquellos problemas, complejos, delitos, infidelidades, sueños confesados con la aparente asepsia de la tecnología.

Nadie acude a un gurú esotérico a confesarle: «Soy feliz, mi vida es plena, tengo todo lo que necesito». Nadie pide a la echadora de cartas que el tarot le cuente que esta mañana se ha levantado como siempre, ha llevado a los niños al colegio y ha iniciado una jornada de trabajo agradable y llena de éxitos, como todas.

Lo paranormal y su crítica

El mundo de lo paranormal está siempre ahí, dispuesto a ayudarte si estás en apuros, si estás desesperado. En el fondo, las sociedades que han perdido el escepticismo ante lo mágico son sociedades algo más desesperadas.

Al contrario de lo que muchas veces se ha pensado, ser escéptico no consiste en combatir la magia. No consiste en desterrar de la mente humana la capacidad de encantamiento. Hace años fui llamado a numerosos medios de comunicación para participar en tertulias y debates sobre el esoterismo. Debía enfrentarme a brujas varias, astrólogos, personas que decían ser abducidas, echadoras de cartas... En contra de lo que algunos compañeros de profesión hacían, yo jamás traté de desacreditar a aquellas personas: me merecían el máximo respeto intelectual.

¿Es posible, con la sarta de estupideces que parecían estar diciendo, que tuvieran algo que enseñarme? Estoy convencido de que lo hicieron, porque sus visiones extraterrestres, sus profundas creencias en el curanderismo, su confianza ciega en el horóscopo son, también, productos de nuestra mente, manifestaciones del modo en el que se comporta ese cúmulo de neuronas organizadas según los designios de los genes tras millones de años de evolución. Entender por qué creen en cosas tan raras tiene que ser a la fuerza una fuente privilegiada de información sobre por qué los humanos somos como somos.

Este libro es, en suma, un viaje por esa forma de comprender el mundo. No encontrará en él el lector un alegato iracundo contra la astrología, contra la ufología, contra la parapsicología. Se enfrentará, sí, a muchas de sus contradicciones, errores, falsedades y fraudes. Hallará razones para considerar estúpido creer en ellas. Pero no verá un ápice de reproche. Al contrario, creo que es mucho más apasionante utilizar la tendencia humana a la superchería para conocer toda la fascinante ciencia real que se esconde tras los postulados de la pseudociencia. Todo lo que aquí he recopilado lo he aprendido, precisamente, por no creer en fantasmas. De algún modo, este libro se lo debo a ellos.

Ficha del libro

Portada
Las mentiras de lo paranormal
Editorial: LibrosLibres (Madrid)
ISBN: 978-84-92654-04-8
Autor: Jorge Alcalde
Precio: 18.00 euros

Fuente: Info-RIES nº 136 (8/06/09).

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