Les traemos un artículo sobre la violencia ejercida en los niños ligados a las sectas, de la responsable de la "Asesoría para Grupodependientes" (APG) de La Plata, en Argentina, Mara Martinoli.
Frecuentemente los medios nos informan sobre episodios de violencia que se ejercen hacia los niños en el ámbito familiar, sobre la crueldad del maltrato y el abuso, un fenómeno en progresiva expansión. Los datos disponibles, siempre imprecisos, comparten una única certeza: no hay estratos, clases ni niveles socio-económicos, es una realidad transversal en nuestra sociedad, porque los niños siempre son presa y víctima fácil para satisfacer agresividad y apetencias, como si ellos activaran en el adulto violento, un absoluto ejercicio de poder y control, un juego sádico seductor. Y cuando nos enteramos, ya sabíamos que la motivación más profunda se presentó en el contexto de relaciones familiares que acentuaron la vulnerabilidad sometida a mayor vulneración.
Sabemos que los testimonios de los niños son complejos de descifrar cuando aún no logran la racionalización del mundo, o cuando tal vez preferirían no racionalizarlo, porque su concepción confunde entre lo interno y lo externo, como si la realidad y la ficción se entrelazaran. Pero cuando acusan no les es sencillo ver la realidad desde ése, su único mundo, el lugar donde debieran vivir la mayor intensidad afectiva que, simultáneamente, es manifestación de fuerzas destructivas.
La acusación puede ser indirecta, manifestándose como una reacción vengativa, de agresividad consciente o inconsciente, de forma pasiva o activa, pero si la brutalidad se integra en el diálogo, al igual que la aceptación del juego entre agresor y víctima, el peligro será mayor, producto de una dinámica de emociones que desencadenará presiones instintivas, que conducirá a profanaciones físicas, psicológicas y morales, inauditas e inimaginables. Por otro lado, si bien en muchos casos los niños que acusan no siempre son dueños de la verdad, sabemos que es sencillo aprovechar su fragilidad en beneficio de quien agrede para desestimar sus declaraciones. En otras ocasiones ni siquiera será necesario, porque ellos huirán de una verdad que no pueden asimilar y en su relato simplemente se referirán a personas imaginarias, o a otras que no pueden identificar.
En nuestros días, los niños padecen también otras formas de maltrato y seducción psicológica que se desencadena en grupos sociales marginados, dentro de los cuales podríamos incluir a los grupos sectarios, a las pseudo-religiones y creencias, grupos en los que encontrará sujetos impulsivos, sadomasoquistas, egocéntricos, narcisistas, dependientes de impulsos agresivos instintivos, características que como bien sabemos, han sido archi-descritas, inherentes a aquellos líderes sectarios que poco tienen de social.
¿Cómo los defendemos? ¿Esperaremos que los medios nuevamente nos informen para intentar subsanar lo que se pudo salvar? ¿Correremos en búsqueda de centros y especialistas que les asistan, centros que tal vez, no existan? ¿O preferiremos resguardar la “respetabilidad” de líderes insospechados porque gozan de una fachada armada que impide evaluar la aberración en el plano moral?
Oscuros, ocultos y ocultados por la ceguera cultural que tal vez considere que los sucesos pasan paralelamente por otra vía, como producto remanente de una cultura arcaica, no hay Declaración de Derechos del Niño que impida, en esa realidad, el maltrato.
Sin lugar a dudas, habrá motivaciones de carácter general que intenten aproximar explicaciones como si fueran producto del grado de disconformidad existencial que hoy pareciera acompañarnos, una sociedad a-social, conflictiva, exasperada, incontrolada, pero ninguna razón justificará jamás el recrudecimiento de tanta expresión de violencia hacia ellos, “nurtura” que afectará “natura”, y cuando urja la ayuda para salir de tanto enojo contenido, para que la ira no se traduzca a su vez en futuros actos violentos hacia otros o hacia ellos mismos, en definitiva, hacia la sociedad que no los integra, en el círculo de la prevaricación no sabrán qué lugar ocupan.
La condena moral ha de ser clara y precisa, inequívoca; la ruptura de esa espiral implica una reconstrucción del desarrollo de la personalidad del niño, una educación enmendativa que restituya el sentido de dignidad desde las más tempranas edades cuando aún, por débiles e indefensos, nos necesitan.
Los niños tienen derecho a aprender cuáles son sus derechos, a través de un itinerario pedagógico que tuviera en cuenta aquellas posibles situaciones y divergencias, un itinerario de diálogo, cooperación y atención a la demanda encubierta, promocionando comportamientos que den vida a la capacidad de conjugar una actuación moral y ética concreta del sentido de pertenencia, que nunca admite la violencia.
El estado social, para realizarse plenamente, debe reconstruirse en la conciencia de cada persona. No nos permitamos que los niños maltratados, en cuyas bases ya hay demasiadas frustraciones, se sientan también descuidados, porque puede no marcarse su carne, pero siempre llevarán una marca en el alma.
Fuente: APG-Argentina, Mara Martinoli
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