Fragmentos de apocalipsis (2)
Nostradamus. El nombre enigmático y atrayente, el paradigma del visionario. En los años 90, el periodista Damian Thompson constataba que “todo título que incluya el nombre de Nostradamus, el vidente francés del siglo XVI, tiene la venta asegurada, como cualquier libro con una nave espacial en la portada”. Pasaba en los años 90 y pasa ahora. Porque, antes y después del redondo año 2000, cargado de resonancias milenaristas, la figura de Nostradamus ha seguido interesando al personal, y se ha utilizado como gancho comercial y reclamo publicitario, además de servir de autoridad a la que acudir en las más diversas previsiones apocalípticas, desde el antes del 2000 (en concreto, con el eclipse solar de 1999) hasta el famoso 2012, como tendremos ocasión de analizar.
Michel de Nôtre-Dame, que así se llamaba, nació en 1503 en Saint-Rémy-de-Provence, al sur de Francia, en una familia acomodada de origen judío. Estudió medicina y ejerció esta profesión, que simultaneaba con prácticas astrológicas y esotéricas. Hay que tener en cuenta que en la época renacentista estuvieron en auge las más diversas corrientes del ocultismo: tradiciones herméticas, cabalística, alquimia, mística heterodoxa, etc., y sabemos que Nostradamus, en sus viajes por Francia para asistir a los afectados por la peste, trabó relación con muchos representantes de estas tradiciones. Más tarde empezó a escribir sus profecías, que normalmente presagiaban funestos acontecimientos, y por eso la gente comenzó a mirarlo mal. Dicen que si se salvó de la hoguera fue gracias a la protección de la reina francesa Catalina de Médici. Poco a poco fue creciendo su celebridad, y logró la admiración popular –y también de los mandatarios– por algunos supuestos aciertos, como la predicción de la muerte del rey Enrique II. Tanto fue estimado por la alta sociedad, pendiente de sus vaticinios, que llegó a ser médico del rey Carlos IX.
En 1555 publicó su obra más célebre –al menos hasta hace pocos años, por lo que contaré más adelante–, por la que es conocido popularmente, y a la que todos asociamos el nombre latinizado de Nostradamus: Las Centurias. O, para ser más exactos, si traducimos del francés el título original del libro, Las verdaderas centurias astrológicas y profecías. Todo un manual del porvenir, quizás el más utilizado y citado de todos los tiempos. Contiene más de mil profecías en 400 cuartetas. Con un lenguaje ambiguo, propio de este género, habla de guerras y catástrofes, de reyes y papas, de naciones y pueblos, de fechas y acontecimientos…
Y lo mejor de todo es el juego que ha dado desde entonces. ¡Cuántas veces se habrá repetido la expresión “esto ya lo anunció Nostradamus”, mientras un dedo apunta a esta cuarteta o a aquella otra! Las interpretaciones se han multiplicado, y para todo gran acontecimiento se encuentra una predicción del médico visionario francés. Desde la muerte de monarcas como Enrique III de Francia o Carlos I de Inglaterra hasta el suceso que ha marcado el inicio del tercer milenio (los atentados del 11 de septiembre), pasando por hitos fundamentales como la Revolución Francesa, el ascenso del nazismo y el comunismo, o el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, no ha habido nada grande que se escapara a los versos oscuros de Nostradamus. Hasta el atentado que casi le costó la vida a Juan Pablo II.
Como apuntaba más arriba, recuerdo que en 1999 se repitió hasta la saciedad en libros y en medios de comunicación que se cumpliría la cuarteta 72 de la centuria X, y que habla de un astro terrorífico que actuaría precisamente en el año 1999, con estas palabras: “del cielo vendrá un gran Rey de pavor”. En medio de informaciones sensacionalistas y de predicciones alarmantes, algunas de ellas protagonizadas por famosos, y en las que no me detendré (aunque quizá les dedique un artículo más adelante, porque lo merecen), el 11 de agosto de aquel año tuvo lugar un fantástico suceso astronómico como es un eclipse solar total. Los habitantes de Europa y Asia pudimos contemplar algo único que llegó a durar algo más de dos minutos. Y ya. No se acabó el mundo, ni empezaron las explosiones, ni fue necesario estrenar los refugios que habían preparado algunas sectas. Nada de eso. Algunos fans de Nostradamus se encargaron de rectificar la interpretación de la profecía –algo así como cuando esos navegadores para el automóvil dicen estar “recalculando el recorrido”– y pospusieron la fecha del fin para el 31 de diciembre de 1999, es decir, para el cambio de número hacia el año 2000. Qué casualidad, ¿no es verdad?
Una década después, el nombre del agorero francés del siglo XVI sigue sonando. La novedad –que ya no me extraña a estas alturas de la vida– es que se asocia a Nostradamus con ese fin del mundo o cambio de época o lo que sea que se espera para diciembre de 2012. Aun sin conocer los oráculos mayas que se han puesto tan de moda de un tiempo a esta parte, el visionario provenzal también habría señalado esta fecha que ha supuesto el gran punto de mira de los apocalípticos después del fallido cambio del milenio. Cosa que no se entiende al revisar la bibliografía abundante que existe sobre Nostradamus. Sin ir más lejos, uno de los autores que más ha divulgado estos temas recientemente es Jean-Charles de Fontbrune, que tituló uno de sus libros Las nuevas profecías de Nostradamus hasta el año 2025 (Martínez Roca, 1999). Por lo que se ve, este importante estudioso del legado nostradámico nos da un plazo más amplio de futuro, trece años más, que sería hasta donde alcanzan las predicciones originales. Y, según Fontbrune, para ese año, después de una gran epidemia que amenazará la supervivencia humana en el planeta, está previsto que se inicie la Edad de Oro, una paz mundial y un renacimiento moral y espiritual de la sociedad. Entonces, ¿fin del mundo catastrófico en 2012 o cambio de época en 2025? ¿En qué quedamos?
La clave de volver la mirada al año 2012 la encontramos en el supuesto hallazgo, hace unos años, de una obra de Nostradamus que se había perdido y que –¡oh sorpresa!– cuenta con ilustraciones futuristas. Este nuevo dato ha revolucionado todo lo que gira en torno al vidente, y que analizaré en el próximo artículo de esta serie, ya que merece un tratamiento detallado, al constituir un paso cuantitativo importante en las interpretaciones y el influjo de las profecías de un señor que, no sabemos por qué, no fue capaz de predecir su propia muerte.
Fuente: En Acción Digital
Nostradamus. El nombre enigmático y atrayente, el paradigma del visionario. En los años 90, el periodista Damian Thompson constataba que “todo título que incluya el nombre de Nostradamus, el vidente francés del siglo XVI, tiene la venta asegurada, como cualquier libro con una nave espacial en la portada”. Pasaba en los años 90 y pasa ahora. Porque, antes y después del redondo año 2000, cargado de resonancias milenaristas, la figura de Nostradamus ha seguido interesando al personal, y se ha utilizado como gancho comercial y reclamo publicitario, además de servir de autoridad a la que acudir en las más diversas previsiones apocalípticas, desde el antes del 2000 (en concreto, con el eclipse solar de 1999) hasta el famoso 2012, como tendremos ocasión de analizar.
Michel de Nôtre-Dame, que así se llamaba, nació en 1503 en Saint-Rémy-de-Provence, al sur de Francia, en una familia acomodada de origen judío. Estudió medicina y ejerció esta profesión, que simultaneaba con prácticas astrológicas y esotéricas. Hay que tener en cuenta que en la época renacentista estuvieron en auge las más diversas corrientes del ocultismo: tradiciones herméticas, cabalística, alquimia, mística heterodoxa, etc., y sabemos que Nostradamus, en sus viajes por Francia para asistir a los afectados por la peste, trabó relación con muchos representantes de estas tradiciones. Más tarde empezó a escribir sus profecías, que normalmente presagiaban funestos acontecimientos, y por eso la gente comenzó a mirarlo mal. Dicen que si se salvó de la hoguera fue gracias a la protección de la reina francesa Catalina de Médici. Poco a poco fue creciendo su celebridad, y logró la admiración popular –y también de los mandatarios– por algunos supuestos aciertos, como la predicción de la muerte del rey Enrique II. Tanto fue estimado por la alta sociedad, pendiente de sus vaticinios, que llegó a ser médico del rey Carlos IX.
En 1555 publicó su obra más célebre –al menos hasta hace pocos años, por lo que contaré más adelante–, por la que es conocido popularmente, y a la que todos asociamos el nombre latinizado de Nostradamus: Las Centurias. O, para ser más exactos, si traducimos del francés el título original del libro, Las verdaderas centurias astrológicas y profecías. Todo un manual del porvenir, quizás el más utilizado y citado de todos los tiempos. Contiene más de mil profecías en 400 cuartetas. Con un lenguaje ambiguo, propio de este género, habla de guerras y catástrofes, de reyes y papas, de naciones y pueblos, de fechas y acontecimientos…
Y lo mejor de todo es el juego que ha dado desde entonces. ¡Cuántas veces se habrá repetido la expresión “esto ya lo anunció Nostradamus”, mientras un dedo apunta a esta cuarteta o a aquella otra! Las interpretaciones se han multiplicado, y para todo gran acontecimiento se encuentra una predicción del médico visionario francés. Desde la muerte de monarcas como Enrique III de Francia o Carlos I de Inglaterra hasta el suceso que ha marcado el inicio del tercer milenio (los atentados del 11 de septiembre), pasando por hitos fundamentales como la Revolución Francesa, el ascenso del nazismo y el comunismo, o el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, no ha habido nada grande que se escapara a los versos oscuros de Nostradamus. Hasta el atentado que casi le costó la vida a Juan Pablo II.
Como apuntaba más arriba, recuerdo que en 1999 se repitió hasta la saciedad en libros y en medios de comunicación que se cumpliría la cuarteta 72 de la centuria X, y que habla de un astro terrorífico que actuaría precisamente en el año 1999, con estas palabras: “del cielo vendrá un gran Rey de pavor”. En medio de informaciones sensacionalistas y de predicciones alarmantes, algunas de ellas protagonizadas por famosos, y en las que no me detendré (aunque quizá les dedique un artículo más adelante, porque lo merecen), el 11 de agosto de aquel año tuvo lugar un fantástico suceso astronómico como es un eclipse solar total. Los habitantes de Europa y Asia pudimos contemplar algo único que llegó a durar algo más de dos minutos. Y ya. No se acabó el mundo, ni empezaron las explosiones, ni fue necesario estrenar los refugios que habían preparado algunas sectas. Nada de eso. Algunos fans de Nostradamus se encargaron de rectificar la interpretación de la profecía –algo así como cuando esos navegadores para el automóvil dicen estar “recalculando el recorrido”– y pospusieron la fecha del fin para el 31 de diciembre de 1999, es decir, para el cambio de número hacia el año 2000. Qué casualidad, ¿no es verdad?
Una década después, el nombre del agorero francés del siglo XVI sigue sonando. La novedad –que ya no me extraña a estas alturas de la vida– es que se asocia a Nostradamus con ese fin del mundo o cambio de época o lo que sea que se espera para diciembre de 2012. Aun sin conocer los oráculos mayas que se han puesto tan de moda de un tiempo a esta parte, el visionario provenzal también habría señalado esta fecha que ha supuesto el gran punto de mira de los apocalípticos después del fallido cambio del milenio. Cosa que no se entiende al revisar la bibliografía abundante que existe sobre Nostradamus. Sin ir más lejos, uno de los autores que más ha divulgado estos temas recientemente es Jean-Charles de Fontbrune, que tituló uno de sus libros Las nuevas profecías de Nostradamus hasta el año 2025 (Martínez Roca, 1999). Por lo que se ve, este importante estudioso del legado nostradámico nos da un plazo más amplio de futuro, trece años más, que sería hasta donde alcanzan las predicciones originales. Y, según Fontbrune, para ese año, después de una gran epidemia que amenazará la supervivencia humana en el planeta, está previsto que se inicie la Edad de Oro, una paz mundial y un renacimiento moral y espiritual de la sociedad. Entonces, ¿fin del mundo catastrófico en 2012 o cambio de época en 2025? ¿En qué quedamos?
La clave de volver la mirada al año 2012 la encontramos en el supuesto hallazgo, hace unos años, de una obra de Nostradamus que se había perdido y que –¡oh sorpresa!– cuenta con ilustraciones futuristas. Este nuevo dato ha revolucionado todo lo que gira en torno al vidente, y que analizaré en el próximo artículo de esta serie, ya que merece un tratamiento detallado, al constituir un paso cuantitativo importante en las interpretaciones y el influjo de las profecías de un señor que, no sabemos por qué, no fue capaz de predecir su propia muerte.
Fuente: En Acción Digital
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