Desde hace unos días, el argentino Jorge Mario Bergoglio es el nuevo Papa, sucesor de San Pedro, con el nombre de Francisco. Antes de llegar a la sede de Roma, fue obispo auxiliar de Buenos Aires desde 1992, y arzobispo desde 1998. Durante su episcopado en la capital de Argentina, tuvo algunas alusiones al fenómeno de las sectas y de la nueva religiosidad en sus intervenciones. De hecho, se trata de uno de los temas que más preocupan a los pastores de Iberoamérica.
Las sectas y los vacíos de la Iglesia
En 2005, durante su intervención en la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, en la que habló sobre la situación de la homilía dominical en este continente, el cardenal Bergoglio fue desgranando algunos de los elementos de la religiosidad popular destacados por el Documento del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Puebla, y cuando se refirió a la centralidad de Cristo en la devoción del pueblo, afirmó que “las cruces revestidas de gloria siguen hablando al corazón de nuestro pueblo más que los ‘pare de sufrir’ de las sectas”, en clara alusión al reclamo popular que emplea la Iglesia Universal del Reino de Dios, uno de los grupos sectarios más extendidos en Iberoamérica.
Para finalizar esta reflexión, el purpurado dijo que el desafío “que se nos sigue planteando es el de una nueva evangelización”, y lo ilustró con unas palabras del Documento de Puebla que consideró proféticas: “si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano. Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja”.
En el centro, la persona y su trascendencia
La siguiente referencia de Jorge Mario Bergoglio al fenómeno sectario la encontramos en un documento similar al anterior: su intervención en la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina de 2007, titulada “Parroquia y familia”. En sus palabras hay una afirmación fundamental de la centralidad del creyente como discípulo y misionero, “aquella persona bautizada que va a gestar la cultura cristiana, que va a ser evangelizadora y que va a promover a sus hermanos, sobre todo a los más marginales”. Y en este momento citaba a Juan Pablo II, cuando en la inauguración de la conferencia del CELAM en Santo Domingo dijo: “al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos para-religiosos no logran instalarse o avanzar”.
Comentando este texto del magisterio pontificio, el cardenal Bergoglio afirmaba: “es inspirador el remedio que discierne el Papa contra la acción disolvente de las sectas: poner en el centro de todo a la persona en su dimensión comunitaria y de apertura a lo trascendente. Por eso es que vemos el remedio que propone Juan Pablo II no sólo como apropiado contra las sectas sino también para hacer frente a un aspecto de la globalización que tiende a disolver valores e instituciones intermedias para tratar a las personas como individuos aislados, más fáciles de manipular, tanto para el consumo como para la política clientelista. Contra este peligro, la parroquia y la familia son ámbitos comunitarios privilegiados de la relación entre persona, cultura y fe”.
Sectas y vivencias espirituales alternativas
Por otro lado, también citó el desafío de las sectas en una intervención que tuvo en 2007 en la conferencia del CELAM en Aparecida (asamblea que fue inaugurada por Benedicto XVI, quien también se refirió al fenómeno sectario con aquella ocasión). En ella habló sobre los tres grandes desafíos de la Iglesia en Iberoamérica, el primero de los cuales es “la ruptura en la trasmisión generacional de la fe cristiana en el pueblo católico”. Aquí dijo que, a pesar de la vigencia de la piedad popular, “en la últimas décadas notamos un cierta desidentificación con la tradición católica, la falta de su trasmisión a las nuevas generaciones y el éxodo hacia otras comunidades (en los más pobres hacia el evangelismo pentecostal y algunas sectas nuevas) y experiencias (en las clases medias y altas hacia vivencias espirituales alternativas) ajenas al sentido de la Iglesia y su compromiso social”. Ante esto, reclamó “nuevos caminos para comunicar la fe”.
Un año después de la conferencia de Aparecida, el cardenal Bergoglio escribió una reflexión titulada “Religiosidad popular como inculturación de la fe”, que inició citando las palabras inaugurales de Benedicto XVI en aquella asamblea episcopal: “se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas”. Además, en este documento llamaba a evitar la discriminación y la segregación, llegando a decir que “hay muchas maneras de ser fundamentalistas, aunque no nos inscribamos en sectas o ideologías de tipo clausurado”.
Cuando la espiritualidad se convierte en bienestar
El mundo de la religiosidad alternativa no ha quedado fuera del magisterio del anterior arzobispo de Buenos Aires, más allá de la referencia a las nuevas espiritualidades de los ricos. En un mensaje a las comunidades educativas escrito en el año 2001, Jorge Mario Bergoglio afirmaba lo siguiente: “el primado ‘postmoderno’ de la experiencia trajo consigo una religiosidad de corazón, una búsqueda más personal de Dios y una nueva valoración de la oración y la contemplación, pero también una especie de ‘religión a la carta’, una subjetivización unilateral de la religión que la posiciona no tanto en una dimensión de adoración, compromiso y entrega sino como un elemento más de ‘bienestar’, similar en gran medida, a las diversas ofertas new age, mágicas o pseudopsicológicas”. Para el prelado, este reduccionismo “deja de lado la infinita riqueza de la Palabra de Dios”.
Otro momento en el que se refirió a la Nueva Era fue, de nuevo, esta carta a las comunidades educativas de su diócesis, pero en su versión de 2004. Denunció sin ambages el fenómeno según el cual la fe cristiana, o algún aspecto concreto del misterio de Cristo, “termina reduciéndose a una especie de elitismo del espíritu, a una experiencia extática de ‘elegidos’ que rompe con la historia real y concreta”. Y citó el caso de Corinto en los comienzos de la Iglesia, cuando San Pablo tuvo que frenar esa religiosidad reductiva sin compromiso, “esa suerte de ‘cristianismo espiritual’ que perdía conexión con la vida cotidiana en el plano concreto”.
Y añadió: “se trata de una concepción más apta para desarrollar lo que hoy llamaríamos una religiosidad new age que una auténtica fe en Jesús de Nazaret y su Buena Noticia. En tiempos de orfandad y falta de sentido, como los que hoy vivimos, esta unilateralidad de lo ‘místico’ constituye una experiencia sin duda consoladora y benéfica. Pero lo cierto es que, al cabo de un tiempo, el misterio de la condición pecadora del ser humano desmiente las pretensiones de ‘elevación por encima de lo mundano’ que esta deficiente espiritualidad implica, y le obliga a revelar su faceta oculta de mentira y autoengaño”.
¿Bodas New Age?
Por último, podemos aludir a una breve carta del cardenal Bergoglio a los párrocos de Buenos Aires, fechada en 2006, sobre cosas bien concretas en la celebración del sacramento del matrimonio. En ella llamaba a realizar el rito de acuerdo con las normas litúrgicas de la Iglesia (mantener las palabras del consentimiento, emplear sólo música religiosa, presidir dignamente, celebrarlo con la eucaristía). Y aclaraba que no era una indicación “meramente disciplinaria”, sino que “nace de una preocupación pastoral que, muchas veces, me hace sufrir al contemplar cómo los casamientos se van deslizando hacia una atmósfera light, más propia de una telenovela o de un rito de New Age que de la expresión eclesial del Misterio Grande de Cristo y su Iglesia”.
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