El obispo de Orense, José Leonardo Lemos Montanet, ha firmado un decreto penal contra Gumersindo Meiriño Fernández, presbítero incardinado en esa diócesis, por la difusión de “doctrinas heterodoxas”, que no son otras que el denominado “reiki crístico”. No conozco personalmente [dice el sacerdote D. Luis Santamaría, autor de este artículo] ni al cura acusado ni a su obispo, así que comentaré este hecho enmarcándolo en el Derecho Canónico y yendo al fondo de la cuestión, más allá de elementos circunstanciales que seguramente se darán en este caso, y que no importan mucho.
El escrito del prelado orensano, encabezado por el título “Decreto penal” y con fecha del 20 de agosto de 2012, sintetiza lo que ha llevado a su redacción: Meiriño, incardinado en Orense, ejercía su ministerio sacerdotal en una diócesis argentina, cuyo ordinario “le conminó a un cambio de proceder” en su defensa, práctica y difusión del “reiki crístico”. Sin embargo, el cura continuó con sus actividades sin atender a la llamada de atención jerárquica, por lo que se procedió a retirarle las licencias para celebrar públicamente los sacramentos. Después, en abril de 2011, el Papa le concedió la dispensa de las obligaciones sacerdotales –lo que se conoce vulgarmente como “secularización” o, con una expresión desafortunada, “reducción al estado laical”–. Hasta aquí, algo que se repite en diversos casos personales de presbíteros que, por la razón que sea, impuesta o solicitada, dejan de ejercer sus funciones ministeriales.
Pero un mes después de esta dispensa de la Santa Sede, continúa relatando el obispo de Orense, la Congregación para la Doctrina de la Fe ordenó la emisión de un decreto penal, que es precisamente lo que hace monseñor Lemos. Esto sí que es una novedad. ¿Qué decía el dicasterio vaticano encargado de ayudar al Papa a cuidar el depósito de la fe? Que la finalidad del decreto es “que se prohíba al orador continuar con la difusión de sus doctrinas heterodoxas bajo pena de Entredicho si éste no corrige tales errores”. El documento episcopal que acaba de publicarse, por tanto, no condena a Gumersino Meiriño, sino que le prohíbe de nuevo seguir con el “reiki crístico”, y le avisa de que “de persistir en la defensa y difusión de dichas doctrinas, y de no corregir tales errores de modo público, y con hechos verificables… incurrirá en pena de Entredicho”.
Siguiente cuestión, entonces: ¿qué es el entredicho y qué implica? Como el mismo decreto explica, esta medida canónica impide al sancionado participar en el culto eucarístico como ministro y celebrar cualquier sacramento o recibirlo. Se trata de una de las penas más comunes en el Derecho Canónico, una censura menos grave que la excomunión porque priva al fiel de algunos bienes espirituales de la Iglesia, pero sin excluirlo de la comunión. Aunque cuando se impone o declara, la persona tampoco puede ser admitida a los sacramentos, tal como señala el decreto que estamos comentando. El afectado por el entredicho continúa perteneciendo a la estructura visible de la Iglesia –no está excomulgado–, pero por la gravedad de su conducta no puede celebrar los sacramentos.
Con todo esto pienso que queda claro lo que supone el decreto penal del obispo de Orense. No creo necesario profundizar más en lo jurídico, ni soy yo la persona indicada para hacerlo, por mis conocimientos más bien básicos del Derecho Canónico. Lo que sí se ha visto es la gravedad que, para la jerarquía de la Iglesia, supone la difusión por parte del cura amonestado del “reiki crístico”. Ahora vamos a acercarnos a esta curiosa expresión que, a simple vista, parece una extravagancia sin la mayor trascendencia.
En su propio blog oficial, Gumersindo Meiriño se presenta como sacerdote católico, doctor en Teología, periodista y escritor, y revela que está casado con María Benetti, maestra Zen. Además, ofrece muchos detalles de su biografía, lo que nos da una idea de su trayectoria vital, espiritual e intelectual (algo que es de agradecer, ya que permite valorar mejor a la persona que está detrás de una iniciativa de la nueva religiosidad como ésta). Según la información que aporta, su tesina y su tesis doctoral en Teología versaron sobre la paternidad responsable, y en sus diversas etapas formativas y pastorales, tanto de seminarista como de sacerdote, se volcó en el cuidado de enfermos y minusválidos.
A partir del año 2000 lo encontramos en Ecuador primero y en Argentina después, donde desempeñó diversas tareas parroquiales y docentes, hasta que en 2006 dejó de ejercer el sacerdocio y contrajo matrimonio con Benetti, que cuenta en su haber no sólo ser maestra reiki, sino también su práctica de otras enseñanzas de la Nueva Era.
Una vez presentada la pareja de difusores, ¿qué es el “reiki crístico”? Si observamos el libro que, con este título, han escrito Meiriño y Benetti, leemos el siguiente resumen: “El Reiki Crístico es una forma de llegar a Dios. Cuando estamos cerca de Dios, su Amor nos sana. Así pasaba en tiempos de Jesús y así pasa hoy: todos los que se acercan a Él salen curados en su cuerpo, en su mente y en su alma. El libro nos ayuda a encontrar el camino que nos acerca a la Luz que cura, ilumina y salva: Cristo”. Es algo que tiene que ver con la sanación, ya que el reiki consiste en la sanación por la energía vital (ki) universal a través de las manos. Pero se le añade un adjetivo confuso, “crístico”. Hay que observar que no se dice “cristiano”, sino “crístico”. Porque, tal como han explicado los obispos estadounidenses, se trata de una terapia –que va más allá para convertirse en cosmovisión y sistema metafísico– incompatible con el cristianismo.
Es aquí donde el matrimonio Gumersindo-Benetti aporta la novedad: el reiki crístico “es una terapia espiritual basada en la teología”. Y lo explican diciendo que “se fundamenta en la fuerza sanadora de Jesús. No descubrimos nada nuevo, sino que ponemos en práctica la sanación que desarrolló en su Evangelio”. Según sus inventores –que lo son– no habría que llamarlos así, porque se limitan a desarrollar lo que hizo Cristo y se refleja en los evangelios. El resto de la exposición de su filosofía es una repetición de lugares comunes de la espiritualidad de la Nueva Era y de lo más típico de la literatura de autoayuda, que conocerán de sobra sus consumidores habituales: explorar nuevos caminos, elevar los estados de conciencia, el amor eterno que es Dios, la felicidad está en Dios (y no busquen la Trinidad por ninguna parte)… y todo esto en un hábil sincretismo que combina “la riqueza de los valores espirituales de oriente y de occidente; los valores del evangelio y los valores de culturas milenarias”. Un poco de todo, vamos.
Y podemos ver hasta dónde llega este curioso sistema doctrinal de tintes cristianos (o “jesusianos”, podríamos decir) cuando leemos una lista de reglas de conducta inspiradas en Cristo y extraídas, con más o menos fortuna, de los evangelios. Porque hay palabras literales del Maestro y otras “supuestas” o directamente inventadas en aras del “buen rollo” de la espiritualidad de Jesús. Al acabar, no crean que el resumen es algo así como “una cosa te falta: vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y después ven y sígueme”. No, nada de eso. El resumen de estos nuevos mandamientos buenistas es el siguiente, y no necesita comentario: “Por encima y ante todo, vivir y volar con las alitas del amor, de la comprensión, y de la ternura del corazón de Cristo, con todas las personas”. Amén.
En cuanto a la práctica del reiki crístico, como puede suponerse después de la exposición teórica, mezcla la imposición de manos propia de esta terapia en sus versiones corrientes con la oración al estilo de Jesús. “Los medios de curación son la oración de petición, la meditación, el amor y la imposición de las manos”, y así “el reikista actúa de intermediario entre la energía de Dios (infinita y equilibrada) y el paciente”. Todo ello “desde una concepción holística del ser”, algo tan querido por la Nueva Era: todo es uno, todo está interrelacionado, y en el fondo todo es divino. Si profundizamos un poco más –y para eso están los seminarios, claro– veremos enseguida técnicas tales como la limpieza del aura o la armonización de los siete centros de energía del cuerpo humano (los chakras, para entendernos). Muy cristiano, y de toda la vida.
En fin. Jesús sanaba con sus manos. Eso no lo discute nadie que crea en él. Y Jesús sigue sanando en el cuerpo y en el alma, porque el hombre es un ser indiviso, según la antropología cristiana más genuina. Pero he echado de menos algo fundamental en la presentación de las doctrinas del reiki crístico: la mayor sanación –salvación– obrada por Cristo es su sacrificio en la cruz. Sus manos sanan, ante todo, atravesadas por los clavos, abiertas en su entrega definitiva por amor. Y de su costado abierto no salen chakras, sino que nace la Iglesia, esposa de Cristo, por la sangre y el agua, tal y como Eva nació del costado abierto de Adán. Así nace una humanidad nueva, que participa de la muerte de Jesús y de su triunfo sobre la misma.
¿Es un simple sincretismo inocente el reiki crístico? ¿Un invento que no contradice la fe de la Iglesia, que es la fe transmitida por los apóstoles desde su experiencia de haber conocido al Verbo encarnado? ¿Es exagerada la reacción del obispo de Orense, que responde a una preocupación del Vaticano, ante estas doctrinas propuestas y difundidas por un sacerdote católico, sea cual sea su situación canónica actual? Después de haber visto lo que he visto, y que he resumido en este artículo, mi respuesta es negativa a las tres cuestiones. Se está jugando mucho, y es el depósito de la fe.
Podría citar varias afirmaciones importantes que se encuentran en el documento de los obispos de los EE.UU. sobre el reiki, y que son totalmente aplicables aquí. Pero, por si acaso, acudiré a una fuente de más autoridad, y así evito las críticas que los responsables del reiki crístico harían seguramente a la jerarquía actual. Se trata de San Pablo, y dice así, directamente, a bocajarro: “Estad alerta, no sea que alguien os engañe con especulaciones filosóficas o estériles disquisiciones que se apoyan en tradiciones humanas o en potencias cósmicas, en lugar de en Cristo, en cuya humanidad habita toda la plenitud de la divinidad” (Col 2, 8-9).
Fuente: En Acción Digital
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