Continuamos con la serie "Fragmentos de apocalipsis", del sacerdote D. Luis Santamaría, en su entrega número 17:
En algunos ambientes evangélicos –sobre todo entre los born again christians o “cristianos renacidos” presentes en los Estados Unidos– hay un tema de moda que plantea una escatología peculiar. Se trata del “rapto” o “arrebatamiento” (rapture), que en resumen es lo siguiente: cuando llegue el fin de los tiempos, en un momento previo a la tribulación predicha por el Apocalipsis, los creyentes verdaderos serán arrebatados (o “raptados”) corporalmente por el Señor. Esto hay que enmarcarlo en un sistema de pensamiento llamado “dispensacionalismo premilenario”, según el cual hay un calendario muy preciso en la historia de la humanidad, aunque el reloj divino se habría parado en la época del Nuevo Testamento, y sólo volverá a ponerse en marcha cuando se inicien los últimos tiempos.
Si tenemos que buscarle un padre a esta teoría, no nos queda otro remedio que fijarnos en John Nelson Darby (1800-1882), una figura imprescindible del protestantismo fundamentalista del siglo XIX que, tras abandonar la Iglesia anglicana, se hizo miembro de los Hermanos de Plymouth y desarrolló sus ideas escatológicas más peculiares. Se habla de dispensacionalismo porque divide la historia universal en diferentes edades o “dispensaciones” según el plan salvífico de Dios. La era contemporánea es, para Darby, el momento en el que Dios separará los creyentes verdaderos de los no creyentes, como se separa el trigo y la cizaña en el tiempo de la siega, anticipando así el retorno inminente del Señor Jesús.
Darby era inglés, pero se desplazó con frecuencia para difundir sus ideas, que han influido mucho en Norteamérica, adonde acudió en siete ocasiones. También podemos encontrar estas tesis en el mundo pentecostal. Sin ir más lejos, la mayor confesión evangélica española –la Iglesia Evangélica de Filadelfia, formada por gitanos– asume la teología dispensacionalista.
Según los grupos y los pastores que aborden el tema del rapto, se puede llegar a extremos que serían objeto de risa si no fuera porque constituyen episodios de temor apocalíptico muy poco cristiano. Un amigo me contaba recientemente algo que vivió cuando fue miembro de una comunidad evangélica pentecostal, aquí en España. Uno de sus hermanos del grupo, minusválido, después de un adoctrinamiento intensivo basado en estas enseñanzas escatológicas que incluía películas sobre el tema, regresó de la capilla al centro especializado en el que vivía, y en medio de un temporal salió a la calle en su silla de ruedas convencido de que llegaba el momento del arrebatamiento, y de que Jesús le devolvería las piernas que le faltaban. Un ejemplo de los efectos que puede tener todo esto leído en clave fanática, y que no nos queda muy lejos.
Como dice Damian Thompson comentando de forma muy gráfica la idea darbysta del rapto, “sigue siendo una de las imágenes apocalípticas más potentes jamás ideadas, pues de un solo golpe libra a todos los cristianos de los horrores que causa la llegada del fin, a la vez que les permite contemplar cómo los condenados perecen en el emocionante drama de la Gran Tribulación”. Esto, explica el periodista, permite mantener el fervor milenarista “a fuego lento”, sin llegar a la explosión, pero consiguiendo así mantener a las personas y a las comunidades en esa tensión de que Cristo puede llegar en el momento menos esperado. Hace poco pude leer en una explicación de la tesis dispensacionalista que en la actualidad, “el cumplimiento e intensidad de los eventos apocalípticos nos indican que el rapto de la Iglesia puede suceder en cualquier momento”.
En los Estados Unidos, como dije antes, esto del rapto es una materia de dominio común, algo que forma parte del imaginario colectivo como creencia difundida entre grandes sectores del evangelismo. Sin ir más lejos, recuerdo una escena de Los Simpson en la que, en un momento de catástrofe apocalíptica, los Flanders, familia vecina de los protagonistas se pone a orar, y son arrebatados hacia el cielo. Hay algunas películas y producciones audiovisuales en las que vemos desaparecer gente de forma repentina, ilustrando esta expectativa.
Pero lo más destacado de los últimos años en este ámbito es la serie de novelas Left behind, que también se han llevado al cine con el título Lo que quedó atrás en España, que forma una trilogía junto con Fuerzas de la tribulación y El mundo en guerra. E incluso se ha hecho un videojuego (publicitado así: “el primer juego en el que la adoración es más poderosa que las armas”). A lo largo de doce libros, Tim LaHaye y Jerry B. Jenkins plantean de forma literaria una convicción que comparten muchos evangélicos. El argumento de la primera novela sirve para hacernos una idea: en un vuelo comercial desaparecen de repente varios pasajeros, y sólo queda su ropa. Lo mismo pasa en el resto del mundo con millones de personas. Se trata del comienzo del Apocalipsis. Imaginen lo que pudo suponer esta serie literaria, y sus versiones audiovisuales, en los Estados Unidos en torno al año 2000 y, sobre todo, después del 11-S.
El tema del rapto tiene una base escriturística que es necesario desentrañar, así que vayamos a la Biblia. En su primera Carta a los Tesalonicenses, en torno al año 50 –se trata del primer escrito del Nuevo Testamento–, Pablo escribe sobre “la suerte de los difuntos” para hacer una llamada a la esperanza cristiana en la resurrección de los que mueren unidos a Cristo. Cuando llegue la parusía, la segunda venida del Señor, al son de la trompeta resucitarán los muertos, y “después nosotros, los que aún quedemos vivos, seremos arrebatados, junto con ellos, entre nubes, y saldremos por los aires al encuentro del Señor” (1 Ts 4,17). Parece que la comunidad de Tesalónica, expectante de una inmediata vuelta de Jesús que no terminaba de llegar, se preguntaba por el destino de los creyentes fallecidos en el ínterin, además de interrogarse por la fecha de la parusía. El mismo Pablo, en una primera época, esperaba vivir cuando todo esto sucediera.
Además, los defensores del arrebatamiento emplean otra cita bíblica, y esta vez del mismo Jesús, de su “discurso escatológico” en el evangelio según San Mateo: cuando venga el Hijo del hombre “dos hombres estarán entonces trabajando en el campo; a uno se lo llevarán y dejarán al otro. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y dejarán a la otra” (Mt 24,40-41). En el evangelio de Marcos la referencia es menos explícita, ya que serán los ángeles los que convoquen a los elegidos de todo el mundo (cf. Mc 13,27).
¿Qué pensar de todo esto? ¿Tienen razón los que, basándose en la Biblia, defienden la inminencia de la venida del Señor y la realidad del arrebatamiento de los creyentes verdaderos? La respuesta podemos encontrarla en la misma Escritura. San Pablo contestaba en su escrito a las inquietudes de los cristianos de Tesalónica, que parecen ser las preocupaciones de ciertos grupos actuales. ¿Cuándo volverá Cristo? Sólo Dios lo sabe. ¿Y qué pasará con los que hayan muerto? Ellos, y los que vivan en ese momento, compartirán la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte; no habrá ventaja de los vivos sobre los muertos.
En estos textos constatamos varias afirmaciones de fe fundamentales, además de las respuestas paulinas que acabamos de decir: los acontecimientos finales son de iniciativa divina, y no pueden ser adelantados o retrasados por los hombres, tal como a veces defienden algunos intérpretes errados. Se nos habla de unos hombres que son apartados del resto de la gente, tal como sucede en el Apocalipsis con la multitud incontable que ha lavado sus túnicas en la sangre del Cordero. Tal es el sentido de la consagración que tiene lugar en el bautismo, cuando el creyente es incorporado a Cristo, es ungido (en griego christos) como él, y se une a su misterio pascual, es decir, a su muerte y resurrección. Por eso la actitud del cristiano es la vigilancia. Pero no la tensión apocalíptica y fanática. Por eso Pablo escribía también a los tesalonicenses exhortándoles a trabajar sin molestar a nadie, haciendo siempre el bien (cf. 2 Ts 3,11-13).
La imagen de Cristo en la parusía como un remedo de secuestrador es ciertamente temible. Y el tono vital que contagia no es muy optimista que digamos. En este campo, del Dios revelado en Jesús no podemos aprender otra cosa que una llamada a la esperanza, no basada en cálculos temporales ni en temores paralizadores. Seremos convocados por el Señor a un juicio, y la garantía de lo que nos ha prometido y nos espera al final la tenemos en María, la Madre del Señor. Eso es lo que hemos celebrado hace unos días con el misterio de su Asunción: su existencia entera, su cuerpo y su alma participando de la gloria de Cristo.
Fuente: En Acción Digital
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