Aprovechando para felicitar la Navidad a todos los lectores, traemos hoy la primera parte de un artículo escrito por el padre Luis Santamaría del Río, acerca de la no-celebración de la Navidad por parte de la secta de los Testigos de Jehová, y las razones que aducen para ello.
“Jehová santificará su gran nombre en Armagedón”. Éste era el
título de la conferencia que se pronunció en la asamblea de circuito de
los testigos de Jehová que tuvo lugar en Jaén… ¡el pasado 25 de
diciembre! Desde luego, no es lo más navideño. Los miembros de este
movimiento destacan –entre otras muchas cosas de las que presumen– por
no celebrar el nacimiento de Cristo. Ni en esta fecha ni en ninguna.
Como escribía el ex-adepto Antonio Carrera en uno de sus variados libros sobre la secta, “en
su propósito de aparentar ser puros y no contaminarse con nada de
origen pagano, alegan que siendo Navidad una fiesta que no está señalada
en la Biblia, no debe celebrarse”. En el número de la revista ¡Despertad!
correspondiente a este mes de diciembre de 2011 han publicado un
artículo sobre la tradición del árbol de Navidad, que achacan al
paganismo. Pero será bueno que nos acerquemos a lo que han publicado en
estos últimos años sobre las fiestas navideñas para descubrir la razón
de su rechazo y de su militancia.
En sus revistas suelen iniciar el tratamiento de este tema con una
constatación de las degeneraciones a las que está llevando la
celebración de la Navidad, vaciándose de su contenido originalmente
religioso. No les falta razón en sus críticas aunque, como siempre, sólo
ven el lado negativo del asunto para, como dice la expresión
castellana, ir llevando el agua a su molino, y lograr así el
asentimiento del lector. “¿Espera usted con ilusión la Navidad, o se inquieta cuando se va acercando?”,
comienza preguntándose uno de estos artículos demoledores con el
“espíritu navideño”, que destaca los aspectos comerciales de estas
celebraciones.
El grueso de su discurso lo integran los relatos de los evangelios de la infancia de Jesús (“el apóstol Mateo” y “el discípulo Lucas”). Hasta aquí, todo bien. O eso parece. Porque se trata de su propia traducción, la llamada Versión del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras,
cuyas muchas manipulaciones y falsificaciones han sido expuestas por
los expertos. Para un católico que lea los textos citados por los
testigos de Jehová en torno al nacimiento de Cristo llama la atención,
por ejemplo, la expresión “hemos venido a rendirle homenaje” en
labios de los magos de Oriente al llegar a Jerusalén (Mt 2, 2). Si uno
va a los textos originales, se encuentra con la forma verbal “proskynesai”. Expresión que se repite en el versículo 11 (“prosekynesan”, adoraron), y cuya frase omite, curiosamente, el repaso bíblico que hace la revista ¡Despertad! en su número de diciembre de 2010.
Si bien es verdad que es un término empleado en muchos textos de la
antigüedad para referirse al trato al soberano, también es cierto que a
aquellos reyes se los adoraba como dioses o semidioses. No es casualidad
que la Vulgata traduzca al latín la frase evangélica así: “venimus adorare eum”,
con un sentido claro de adoración. Sentido que la secta quiere dejar lo
más lejos posible, dado su rechazo radical de la divinidad de Cristo.
Un verbo, “proskyneo”, que aparece 54 veces en el Nuevo
Testamento, y que si bien puede entenderse como un simple “rendir
homenaje”, en el contexto bíblico se utiliza con un claro sentido de
adoración, algo subrayado por el hecho de que casi la mitad de las
referencias sean del libro del Apocalipsis, dirigidas tanto a Dios como
al Cordero (y a los ídolos). En el cristianismo oriental, sin ir más
lejos, el término “proskynesis” se refiere a la veneración debida a los iconos, superior a la simple veneración, aunque sin llegar a la verdadera adoración (“latreia”) que sólo puede tributarse a Dios.
Hecho este excursus sobre un término ciertamente importante,
continuemos con nuestra revisión de la deconstrucción jehovista de la
celebración de la Navidad. El asunto más importante para la teología del
grupo es la fecha, centro de sus obsesiones. “¿Nació Jesús realmente un 25 de diciembre?” es la cuestión que se repite en torno a este tema crucial. Y la respuesta es: “podemos estar seguros de que no nació un 25 de diciembre”.
Hasta aquí, nada que sea un problema para la fe cristiana, a la que
poco importa la fecha del nacimiento del Salvador. En Oriente se celebra
el 6 de enero y no pasa nada. Sin embargo, el razonamiento seguido es
el típico de una crítica poco documentada y escasamente puesta al día.
Parten del razonamiento ampliamente aceptado de que en diciembre los
pastores no podrían haber estado con los rebaños al aire libre, pero
enseguida lo mezclan con la tesis del origen pagano de la fecha
establecida para la Navidad.
Este tema precisaría de mucho espacio, del que aquí no dispongo, así
que lo resumiré en lo posible. De todos es sabido que el 25 de diciembre
coincide con el final de la celebración pagana, ampliamente difundida
en la antigua Roma, de las fiestas del solsticio de invierno, las
denominadas Saturnales, según el calendario juliano, anterior al nuestro
(gregoriano). Es la época en la que terminan esos días tan cortos y se
pasaba a saludar a un sol renacido y más potente, que el día 25 se veía
personificado en el dios oriental Mitra, asumido en el panteón imperial y
de culto muy difundido. Según esta tesis, la Navidad no sería más que
una cristianización de esta importante conmemoración romana,
aprovechando además la calificación de Jesús como el Sol invicto y el
Sol de justicia. Ya que no pudieron acabar con la “fiesta enemiga”, los
cristianos, en un momento de progresivo ascenso social, la habrían
asumido y transformado.
Me he referido a todo esto como una “tesis” porque muchos estudiosos
han puesto en duda este origen pagano reconvertido que tendría la
Navidad (o al menos como único motivo), sobre todo en torno a varias
teorías que se basan en tradiciones muy antiguas del cristianismo. La
primera la podemos ver ejemplificada por Joseph Ratzinger, quien como teólogo explicó en El espíritu de la liturgia
la elección de determinadas conmemoraciones judías y cristianas por su
conexión con momentos cósmicos importantes. Según decía en su libro, los
judíos consideraban que Dios hizo la creación del mundo un 25 de marzo
(equinoccio de primavera), y los cristianos también comenzaron a
celebrar ese día el nacimiento de Cristo. Pero en el siglo III la
Iglesia decidió conmemorar ese día mejor la anunciación a María. Un
simple cálculo matemático del embarazo colocaría el alumbramiento el 25
de diciembre. Por esto, afirmaba Ratzinger, no se sostiene la tesis de
la reconversión de una fiesta pagana.
Una segunda teoría que ha cobrado fuerza es la que se basa en una
antiquísima tradición que afirmaba que Jesús habría muerto el mismo día
del año en el que fue concebido: el 25 de marzo. Sumándole 9 meses de
gestación, llegamos de nuevo al 25 de diciembre. Apoyando esta teoría,
los autores observan cómo en Oriente, tomando pie en otro calendario
diferente, que situaba la pasión de Cristo el 6 de abril y la
identificaba también con la fecha de la encarnación en el seno de María,
la Navidad se traslada al 6 de enero.
Para no dejarnos ninguna de estas teorías tan interesantes, la última
importante que señalan los historiadores es la que se basa en la
espiritualidad judía y que ha recordado recientemente Luis Antequera: Cristo habría nacido el mismo día que Adán. Según explica este autor
citando a un importante rabino de la Antigüedad, el primer hombre
habría sido creado el 25 del duodécimo mes del año hebreo. Algo que
casaría con el paralelismo que se estableció desde un principio en la
teología cristiana entre ambas figuras, y que resume muy bien Pablo al
llamar a Cristo el “nuevo Adán”.
Este excursus ha sido mucho más largo que el primero. Pero creo que
ha valido la pena. ¿Para qué ha servido? Fundamentalmente, para poner en
duda la tan extendida tesis de la cristianización de la fiesta pagana
que supondría, en un ejercicio de hábil sincretismo eclesial, la
Navidad. Una tesis asumida acríticamente por unos testigos de Jehová
empeñados en rechazar la celebración cristiana del nacimiento de Cristo.
Como no hemos hecho más que empezar, continuaré en un artículo
posterior.
Fuente: En Acción Digital
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