Los días previos a la solemnidad del Apóstol, Santiago de Compostela, meta de peregrinaciones durante siglos, se convierte en un hervidero de gente que llena la ciudad más de lo habitual. La Catedral y las calles reflejan una increíble diversidad de nacionalidades, lenguas, culturas y colores.
El pasado domingo 20 de julio, mediada ya la novena en honor de Santiago, autóctonos y foráneos contemplaban con curiosidad, a primera hora de la tarde, un espectáculo muy peculiar en la Plaza de Quintana, el amplio espacio que se abre ante la Puerta Santa, cerrada durante los años de espera hasta el próximo jubileo. Antes, otros los habían contemplado, extrañados, dentro del templo que custodia los restos de Santiago el Mayor.
Alrededor de una treintena de hombres y mujeres, vestidos de blanco unos y con vistosos colores otros, tocaban, cantaban y danzaban ante la Puerta Santa, imitando formas y ritmos indígenas iberoamericanos. Algunos de ellos tocaban las denominadas “guitarras concheras”, cordófonos elaborados con conchas de armadillo o de tortuga, propios del nuevo continente tras la conquista europea. Además de la iconografía precolombina más típica, había también algún estandarte con imágenes católicas.
¿De qué se trataba? ¿Alguna tribu de América central o del Sur? ¿Una asociación cultural –habida cuenta de que se veía que muchos de ellos eran españoles– nostálgica de lo indígena? Si rastreamos por Internet, encontramos con algo de dificultad quiénes están detrás. El festejo no es otro que la “Velación y Danza al Señor Santiago”, una de las celebraciones concheras del año, organizada por el Viento Nacional Central, perteneciente a la Mesa General de la Cruz Espiral del Señor Santiago de España.
Si observamos el resto del calendario festivo de este extraño organismo, descubrimos que todos sus actos, a lo largo del año, tienen lugar en santuarios católicos de la geografía española: el Rocío, Montserrat, Guadalupe, los Desamparados, etc. ¡Cómo iba a faltar ese centro espiritual hispano que es Compostela! Entonces… ¿se trata de una organización cristiana, ya que acude a importantes enclaves de la devoción popular?
Pues no. Si seguimos rastreando la información sobre estos eventos, publicada por sus organizadores, descubrimos enseguida quién es el cerebro de todo esto: Emilio Fiel, más conocido como Miyo, que tras fundar y dirigir en España entre 1978 y 1987 las comunidades del Arco Iris, pasó a dirigir los proyectos Planeta Gaia y Santiago 92, y en la actualidad la Escuela Chrisgaia, que pretende el despertar de la conciencia humana.
Busquen en cualquier libro sobre las sectas en España de los años 80 o 90 información sobre este personaje y su grupo, y verán de qué estamos hablando. Ahora, como lo han hecho muchos gurús sectarios, se ha reconvertido, y del centro que dirigía en Lizaso (Navarra), ha pasado a la finca de Liuramae en Borja (Zaragoza), enclave de gran importancia en la nueva espiritualidad ibérica, que lo mismo reúne a personas interesadas en la meditación en torno a los tótems que ofrece formación tántrica o meditaciones para enviar energía al corazón de Gaia, la Madre Tierra.
Estamos ante el máximo exponente del neochamanismo en nuestro país y un personaje muy popular y reconocido en los ambientes de la Nueva Era. En su propuesta doctrinal ocupa un lugar central la espiritualidad azteca, mezclada alegremente con el orientalismo (ya que, según Miyo, el cambio de polaridad espiritual planetaria ha pasado recientemente del Himalaya a los Andes). En dos de sus libros (Santiago 92. El retorno del Dragón Celeste y El despertar del corazón de Hispania) aborda de forma extensa el Camino de Santiago como vía iniciática, algo común en muchas propuestas de la nueva religiosidad.
Veamos un ejemplo: “Hispania fue para nuestros antepasados la tierra santa de Occidente, la tierra sagrada del fin del mundo. Innumerables pueblos llegaron hasta sus costas por su carácter transcendente. Querían reconquistar la senda de los dioses también llamada el Arco Iris del innombrable céltico Lug, que más tarde fue conocida por los templarios como el Camino de Santiago”. En sus obras, como puede verse, destaca el sincretismo de ideas y doctrinas en torno al hecho jacobeo.
Dando un paso adelante… ¿por qué la insistencia en acudir a Compostela para celebrar en torno al día del Apóstol este festejo danzarín? Tenemos que remontarnos al año 1992 (previo a un Año Santo) y lo que significó para este movimiento neochamanista. En sus escritos leemos, por ejemplo, que “los doce días comprendidos entre el 14 y el 26 de julio de 1992 entrañan la posibilidad del despertar planetario del corazón de Hispania –vinculado a Santiago de Compostela–, y ese rostro iluminado irradiará su energía a todo el continente”.
Por eso, no debe extrañar que el contacto nacional de esta organización conchera del Señor Santiago (la llamada Mesa de Danza) se encuentre precisamente en la ciudad compostelana. Además, en las fotos de años anteriores que publican en su página de Internet no sólo vemos recogida su danza ya citada en la Plaza de Quintana, sino también una especie de acto u ofrenda dentro del templo, ante el presbiterio, con sus colores, instrumentos, plumas y estandartes.
¿Por qué esta visita anual a Compostela? ¿Quién es Santiago para esta gente? Repasando sus escritos, leemos que para ellos, el hijo de Zebedeo y María Salomé no es exactamente la figura que conocemos por la Biblia… o más bien la complementan y sincretizan. Lo llaman “Conquistador de los Cuatro Poderes y Señor de los Cuatro Vientos”, identificándolo con la divinidad mesoamericana Quetzalcóatl, quizás el principal dios del panteón prehispánico, a quien los seguidores de Miyo consideran “el portador del aliento vital de la Humanidad”.
De esta manera reinterpretan su personalidad y su iconografía a la luz de las doctrinas indigenistas: “la primera constatación es que se trata de un Ser Ascendido que avanza en una nube luminosa encima de un Caballo blanco. El caballo es el signo de los poderes (y las dependencias-esclavitudes) proyectados por los tres centros inferiores del vientre, y su color blanco expresa un absoluto dominio y transcendencia de las pasiones que nos unen al mundo material (dinero, bienes, sexo, emociones negativas, apegos…), del cual es un absoluto maestro. Es también un Guerrero y un Sacerdote (peregrino), que son los dos aspectos de la vida tanto en el Tonal como en el Nagual”. Así pues, tanto el Santiago ecuestre (matamoros) como el Santiago peregrino encuentran aquí su interpretación esotérica e iniciática.
Su función, por lo tanto, está muy por encima de la de cualquier integrante del santoral cristiano. Sigamos leyendo: “El destino del guerrero-sacerdote es convertirse en Rey-Mago, señor de los planos de la materia y del espíritu. Como soldado, combate por la unidad de conciencia de los pueblos hispanos. Como peregrino, camina sin hogar fijo haciendo de la madre Tierra y del padre Cielo sus guías, bendiciendo la Senda Sagrada con su presencia a través de los senderos serpenteantes que conducen hacia el Sol poniente, signo del Misterio y de la noche mística”.
Como puede comprobarse, muy cristiano no suena esto, la verdad. Lo que nos lleva a la actualidad, en la que el Apóstol así divinizado tiene un papel fundamental en el cambio mundial que se avecina: “Europa afronta la segunda parte de su desafío: servir de cuna, guiada por la mano poderosa del propio señor Santiago, para el nacimiento de la Quinta Raza, profetizada por las enseñanzas vivas que los Ancianos de América, han legado fielmente a sus descendientes”. Claro, esto lo decían en 1992, y no sé si lo que esperaban ha llegado o tenemos que seguir aguardando.
¿En resumen? En un ejemplo de mezcla doctrinal propia de la Nueva Era –lo que ellos mismos denominan “un fecundo sincretismo”–, Emilio Fiel y sus seguidores tienen claro que, cuando están venerando al Apóstol Santiago, no hacen otra cosa que adorar al dios azteca Quetzalcóatl. Lo mismo pasa con esos estandartes en los que, en una mirada más profunda, la Virgen de Guadalupe no es sino la versión pública de la diosa Tonantzin (la Madre), y Cristo representa al dios Tonatiuh (el Sol). Incluso es posible que contesten, a esta afirmación mía, que no es así exactamente, ya que al final da igual, porque es lo mismo que, en un solo acto, los católicos reconozcamos a uno de los discípulos más íntimos del Señor Jesús, y ellos adoren a una deidad prehispánica americana.
De hecho, así explican el origen de las “danzas concheras”, situándolas en un día de Santiago de 1531, cuando en Querétaro (México) habría sucedido un hecho sobrenatural que los nativos atribuyeron a la acción de Quetzalcóatl y los españoles al Apóstol. Un relativismo buscado que, como siempre, seguirá perpetuando un montaje espiritual hecho a imagen y semejanza de su líder.
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